sábado, 30 de abril de 2011

SEMBLANZAS BIOGRAFICAS SOBRE FRANCISCO ANTONIO DE ZELA (IV)

En esta parte cuarta y final, de las sucesivas biografías editadas sobre el caudillo de la rebelión del 20 de junio, presentamos unas breves notas que forman parte de nuestro próximo libro titulado “Francisco Antonio de Zela”, elaborado al alimón con el historiador tacneño Oscar Panty.

Como recordarán nuestros lectores en la parte primera (I) de este recuento histórico, difundimos dos biografías clásicas sobre el líder insurgente Zela, cuyos autores son los historiadores de la tradición liberal Manuel Mendiburu y Rubén Vargas Ugarte. Luego, en la entrega segunda (II) se divulgaron las primigenias narraciones que sobre el particular construyeron las plumas de Benjamín Vicuña Mackenna (1860) y José Belisario Gómez (1862). En la tercera oportunidad (III) se divulgaron las biografías esbozadas por Luis Cúneo-Vidal y Lizardo Seiner.

FRANCISCO ANTONIO DE ZELA

Oscar Panty y Efraín Choque

Francisco Antonio de Zela, fue un funcionario criollo, balanzario real, y líder de la rebelión del 20 de junio de 1811. Había nacido en Lima en 1768 y fallecido trágicamente en la prisión de Chagres, en Panamá en 1819. Fue un nato conspirador internacional, pues el movimiento que protagonizó obedeció a planes dirigidos desde Buenos Aires y el Alto Perú.

Al parecer tuvo un temperamento y carácter autónomo y liberal; hay evidencias de sus desavenencias con personajes de la aristocracia española local, y comerciantes criollos; como también con algunos que procedían de la aristocracia indígena (Toribio Ara). Casó con María Natividad Siles, integrante de una de familia local vinculada a la arriería, la gran propiedad agrícola y el comercio hacia el Alto Perú.

Su vida pública estuvo atravesada por tres momentos claramente distinguibles: una, primera, fidelista, como diligente funcionario real al servicio de rey; luego otra, reformista autonomista, cuando los sucesos de los días de la rebelión; y finalmente, una etapa de incertidumbre en los momentos difíciles del juzgamiento y prisión.

 I. ETAPA FIDELISTA

Es una etapa muy marcada de su vida en su calidad de funcionario al servicio del rey de España, el había jurado formalmente fidelidad para el ejercicio del cargo de balanzario, ensayador y fundidor de las Cajas Reales de Tacna. Discurre entre los años 1792 y 1810, es decir en plena época de la reforma borbónica y la crisis generalizada del régimen colonial en América.

A esta etapa corresponde sus entredichos y litigaciones con el alcalde colonial local de 1793 para que le sea reconocida su preeminencia en la jerarquía y protocolo públicos, que según costumbres de la época, el cargo de balanzario era equivalente al de un ministro oficial del rey. Por 1799, Zela ya ventilaba un firme litigio con el cacique de indígenas Toribio Ara.

Nuestro personaje, en 1796, estableció relaciones matrimoniales con María Natividad Siles, una joven procedente de una familia hacendada, arriera mestiza, y de compadrazgo con el hacendado criollo Cipriano de Vargas, y Ramón Copaja, cacique de Tarata, vinculado a la arriería y la agricultura de exportación.

El pequeño pueblo y valle de Tacna contaba entonces con aproximadamente 7 mil habitantes, y presentaba un paisaje natural eminentemente rural andino-occidental. Había una gran población indígena y campesina (62%), seguida de mestizos (15%), como a un minúsculo número de blancos criollos y peninsulares (13%); la población de origen africano, por su parte, era algo menor a la hispana (10%). La cifra antedicha se duplicaría si se considerara a las poblaciones de Sama, Ilabaya y Tarata.

A diferencia de lo que creyó Cúneo-Vidal –y repiten otros-, el pueblo de Tacna de inicios de 1800, albergaba a más peninsulares y criollos que la ciudad de Arica: radicaban en esta 140 vecinos de esta categoría, mientras a 886 “estantes españoles” en aquel pueblo. (Cfr. Censo general de 1792 y censo vecinal de 1813). La causa fue la concentración administrativa que fue objeto el pueblo de Tacna por las reformas borbónicas a partir de las década de 1770 con el traslado consecuente de las dependencias públicas desde Arica.

El pequeño núcleo de poder local –hacendados exportadores y comerciantes peninsulares y criollos- estaba dedicado a la arriería, la agricultura de las haciendas (vinos y aguardientes, ají, granos) y el comercio local; mientras los pequeños agricultores y campesinos a las actividades de panllevar de los ayllus de todo el valle. Desde inicios de la colonia, estas actividades económicas estaban dirigidas a la gran minería altoperuano.

II. ETAPA REFORMISTA AUTONOMISTA

La etapa reformista – autonomista, como reformista constitucionalista – y absolutista fue desatada por la invasión francesa a España. El vacío de poder generado provocó el surgimiento de las juntas de gobierno. La coyuntura continental en América hispánica giraba en torno a su lado más avanzado políticamente: la junta de gobierno de Buenos Aires. En ésta disputaban su conducción dos líneas: la moderada liderada por Saavedra (monarquía constitucional) y la más radical por Moreno y Castelli (separatismo). Sin embargo, tenían algo en común: postular el ejercicio autónomo del gobierno provincial sin dejar de jurar fidelidad y obediencia a Fernando VII.

Cuando Zela comenzó a conspirar, casi a fines de 1810, debió conocer los sucesos de la llamada revolución de mayo de Buenos Aires. Además los emisarios secretos de Castelli –vocal del gobierno de las provincias unidas del Río de la Plata y responsable político del ejército auxiliar del Alto Perú- debieron arribar a todo el bajo Perú, con noticias para la ejecución de un plan conjunto de acción contra el ejército realista.

Por los años 1809, 1810 e inicios de 1811, los vecinos peninsulares del pueblo de Tacna, experimentaban momentos de tensión y zozobra por los aprestos bélicos, y encontrarse muy próximos al teatro de operaciones de los levantamientos políticos y militares en la Paz, Charcas y Oruro.

Por el puerto de Arica ingresaban los pertrechos militares como el personal del ejército colonial para luego dirigirse al pueblo de Tacna y ascender al Alto Perú. Esta vía era complementada por la terrestre procedente de Lima y Arequipa con igual destino. Las cajas reales locales informaban de los extraordinarios gastos generados por estos cuerpos militares. El “ejército del rey” enrolaba compulsivamente por entonces a indígenas, como también se proveía de mulas y caballos” a costa de los arrieros locales.

La noche del jueves 20 de junio de 1811, fue el momento elegido por este balanzario real, convertido de pronto en conductor indiscutible de un movimiento que trastocaría por 4 días consecutivos la vida cotidiana local, pero con un mensaje diamantino cargado de reforma anticolonial. Resulta evidente que todos los preparativos supremos que dio Zela antes del estallido venían siendo coordinados a través de emisarios secretos con el mando político-militar de Juan José Castelli en el Alto Perú.

Sin embargo, los resultados de la batalla de Huaqui, desarrollado el propio día de la acción de Zela, fueron desastrosos para los intereses independentistas. El general Goyoneche que dirigió a las fuerzas coloniales en dicha batalla, se alzó victorioso y miró con desdén la rebelión de Zela.

El último día de la insurrección - el 24 de junio- cuando fueron emplazadas las fuerzas indígenas campesinas de los ayllus por el cacique Ara, por orden de Zela, el destino fallido de la rebelión ya estaba echado. Ocurrió que sólo un mínimo sector de estas fuerzas asistió a la mentada revista. Estuvieron alrededor de 300 hombres cuando en los 8 ayllus se contaban poco más de 1000 tributarios en ese año, sin contar a los de los altos, como a los de Tarata, Candarave e Ilabaya.

Por eso, el historiador Rubén Vargas Ugarte escribió en su enjundiosa Historia general del Perú “creemos que la primera insurrección de Tacna, nacida apenas cuatro días antes de la llegada de la noticia de la derrota de Guaqui, vino a deshacerse por sí sola, sin que fuera menester otra causa, sobre todo siendo hasta entonces sólo parcial la adhesión de los tacneños” (subrayado nuestro)

Sin embargo, ni antes ni poco después de la insurrección de Zela, la estructura social, política y económica, de Tacna se había tornado en “democrática” o alcanzado cierta “cohesión social”; simple y esencialmente la sociedad colonial permaneció como siempre: clasista, estamental y racista.

III. ETAPA DE DUDAS E INCERTIDUMBRE

Luego de la derrota del movimiento tacneño, algunos de sus líderes fueron apresados y perseguidos. Unos huirán, y finalmente vendrá el indulto general. Sin embargo, Zela tendrá que enfrentar un proceso judicial largo y penoso. Hay una faceta no abordada por los biógrafos de Zela, y es el referido al proceso criminal seguido contra él.

Por los hallazgos de Ella Dunbar Temple sabemos ahora que el caudillo de 1811 fue acusado por traición al rey, debido a su cargo de funcionario real.

Quiso el incriminado que su abogado defensor sea un experto sanmarquino, el doctor Gerónimo de Vivar, muy conocido en Lima, por su defensa a varios insurgentes. El "nervio principal de su defensa", la cual, de conformidad con los autos, se había basado "en los desvaríos de razón que padeció el reo en esos mismos días de la rebelión". Este había sido además un argumento defensorio empleado por muchos de los letrados en similares causas.

Efectivamente Zela padeció de serias debilidades en su liderazgo político y emocional manifestado sobre todo el domingo 23 de junio; pero en todo caso, debieron sobrevenir sobre el insurgente en desgracia muchas incertidumbres para utilizar un argumento tan temerario.

Al confirmarse la pena capital solicitada por el fiscal en revista, fue su influyente hermano Miguel, cura y vicario de la doctrina de Chacayánç, quien convenció a Francisco Antonio en solicitar el recurso de clemencia elevado al Rey. Del destino o tráfico corrido por esta solicitud de gracia no se conoce más.

Hasta los momentos últimos el líder caído trató de sobreponerse en su virilidad y grandeza. Pero no pudo con la inmensa maquinaria de la corrupción y muerte del aparato colonial al que se había enfrentado desde muy joven.

Murió, con estoicismo, abatido en sus fuerzas físicas, en la prisión de Chagres y probablemente en 1819 (Seiner). En este punto, la historiografía liberal, sin usar mayores pruebas y documentos fehacientes sino elementos ideológicos adánicos, sostuvo que Zela falleció el 28 de julio de 1821. (Cúneo-Vidal, Luis. Historia de las insurrecciones de Tacna por la Independencia del Perú 1811-1813. Imprenta Ignacio Prado Pastor. Lima, 1977)

A pesar del esfuerzo fallido del insurgente Zela, la rebelión constituye un referente señero en la larga lucha por la liberación nacional. En aquella oportunidad un osado grupo de patriotas criollos ofrendaron a la posteridad una singular lección: se requiere para el triunfo de un proceso revolucionario: una adecuada apreciación de la coyuntura mundial y nacional; la organización conveniente de las fuerzas políticas y sociales en pugna por el poder; así como el compromiso y la acción en base a un programa por conquistar.

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